Para jugar al cuadrado, se hacia un cuadrado en la tierra y cada uno de los que jugábamos poníamos una “perra gorda” dentro, después llevábamos en nuestro bolsillo una piedra lo mas lisa posible que habíamos buscado en el río, después se trataba de sacar con la piedra las perragordas del cuadrado. A los pocos días todas las perragordas estaban abolladas y cuando íbamos a comprar algo a La Maravilla nos decían:
- Esta vale, esta no vale porque esta bollada.
Hacíamos unos dardos con un trozo de mango de escoba, un clavo en la punta y tres plumas de gallina detrás metidas en unos agujeros pequeños. La verdad es que funcionaban muy bien pero nos echaron el alto porque pintábamos una diana en la puerta de un corral y allí estábamos toda la tarde tirando, y la puerta se deshacía debido al montón de agujeros.
Los montones de fiemo abundaban por todas las eras, ahora sería antihigiénico, pero nosotros pasábamos la tarde entera jugando en ellos y aun lo podemos contar. Buscábamos un montón, contra más grande fuera mejor, y un madero que también abundaban por las eras (el madero que fuera también bien largo) y hacíamos un columpio. Cuanto más grande era todo, más alto subíamos. Recuerdo que uno de los más altos estaba en donde están ahora los pisos a lado de la escuela. Una tarde nos estábamos columpiando. Había que nivelar el peso para que el columpio fuera bien. Yo estaba en uno de los lados y subíamos y bajábamos sin parar. En un momento dado, los que tenía enfrente se pusieron de acuerdo en saltar a tierra, todos menos el José Luis el “Perdigón” que no le dijeron nada. Cuando estaban abajo saltaron todos dejando solo al “Perdigón”. Como en la otra punta seguíamos todos montados subió el tronco a toda velocidad, haciendo saltar por los aires al “Perdigón” y en la caída se rompió el brazo... Cosas de estas también pasaban.
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