LA ESCUELA
Una vez descrito como era la escuela (las de las chicas era exactamente igual) pasaré a contar alguna de las cosas que pasaban por ésta. Mi primer año para mí fue fatal. Sí, sabía leer pero no habíamos aprendido la tabla de multiplicar. Te sacaba el maestro, Don Jesús, delante de todos y te empezaba a preguntar. Si no te la sabias, castigado una hora más después de salir. Salíamos alguna vez de paseo y entrábamos a última hora de escuela y Don Jesús gozaba de decir: “Hoy no preguntaré las tablas”, y la alegría nos inundaba a los que no las sabíamos. Hoy podremos salir a jugar pero, de pronto, le daba por cambiar y decía: ¡Y si no, sí, las voy a preguntar! y aquello para un chico pequeño era un suplicio pues no podías salir a jugar por el pueblo con todos los chicos. La verdad, las tablas se me habían atragantado y yo era de los que más me quedaba. Eso sí, el maestro nos dejaba y se iba a su casa, lo que aprovechábamos para desmadrarnos un poco, pero él, cuando menos pensabas, nos miraba por una ventana y entonces había bastantes cachetes.
Una de las veces que nos quedamos castigados, se olvidó de nosotros, y se hizo de noche. Jesús Sanz dijo que él se iba a casa, saltó por la ventana y marchó. Los demás seguimos allí y como no llegábamos a casa nuestros padres se empezaron a preocupar y empezaron a subir a la escuela reuniéndose varios padres en la puerta. Alguno de ellos fue a avisar al maestro que estaba jugando al rabino en su casa y se había olvidado de nosotros. De inmediato vino a soltarnos. Vino sofocado por haberse olvidado de nosotros y nos dijo que nos marcháramos, pero, aún con todo, se dio cuenta de que faltaba Jesús que al día siguiente tuvo que recibir su par de bofetadas por haber marchado.
Toño
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